Participantes: Luis, Jerónimo, Miguel, Rafa, Manuel de Rincón, Enrique, Victoria, Paco Hernando, Carlos, Antonio Usieto y Jesús.
Distancia recorrida: 7,8 km
Desnivel acumulado: 385 m
Bienvenidos Carlos al grupo de los veteranos y Paco Hernando después de tanto tiempo.
A las 8,15 estábamos llegando al aparcamiento de arriba, junto al centro de interpretación del Torcal, en una mañana con vientecillo ligero, fresco, a 11°C. Un ratito de preparación y comenzamos el recorrido yendo hacia el mirador de las Ventanillas. Pasamos por delante del majestuoso centro de interpretación, cerrado a esta hora, aunque luciendo su magnificencia. ¿Realmente es necesaria una inversión tan tremenda para hacer un centro de interpretación en el monte? Hubo una época en la que parece que el dinero no importaba. Se derrochaba, como vemos con este ejemplo.
El sol estaba saliendo cuando entrábamos en el mirador, con su impresionante vista al sur, sobre Villanueva. Subimos después a la repisa de los amonites donde, en un carasol abrigado, había un par de chicas saliendo de sus sacos de dormir. A pesar de ser un sitio tan bonito creo que ninguno envidiamos haber pasado la noche allí.
Bajamos para seguir la ruta amarilla. En el descenso vimos unas cuantas cabras por los riscos, pero en el fondo de la dolina había un rebaño de grandes machos con unas cuernas descomunales. Estaban a lo suyo, alrededor de una hembra amarecida. Permitieron a Jerónimo llegar hasta unos pasos del grupo, mientras los demás observábamos el rebaño desde arriba. Al cabo de un rato, con una facilidad pasmosa, dieron un par de brincos y se plantaron en medio de las rocas alejándose.
Y nosotros también seguimos nuestra ruta, con menos agilidad y gracia que los machos, redescubriendo esas formas de erosión tan maravillosas, de torreones, de estratos, de piedras en equilibrio inestable, de paredones inmensos, de pasadizos entre las rocas, de la hiedra trepando por doquier con su verde claro y las encinas, con su verde oscuro, enmarcando los roquedos blancos. Hemos paseado el Torcal mil veces y siempre es sorprendente, siempre se recorre con la atención prendida constantemente.
Claro, tratando de mirar a todas partes, había que caminar despacio porque la senda tiene el piso bastante desigual con continuas piedras y escalones. Pero no se trataba hoy de hacer muchos kilómetros, sino de disfrutar de esas formaciones únicas, de parar una y otra vez, de comentar las formas, de sacar fotos.
Hacia la mediación de la ruta amarilla la hemos abandonado por una sendita al noroeste, ya recorrida otras veces. Las formaciones no son tan espectaculares como las de las “rutas oficiales”. A cambio la soledad está asegurada, aunque a nadie habíamos encontrado paseando, y caminar por una sendilla poco marcada, sin indicaciones, pone su punto de aventura a la caminata.
Después de algunas dudas hemos llegado al vallecillo que buscábamos que sube de suroeste a noreste. Por él han continuado las dudas de por dónde rodear pedruscos y zarzales. Nos ha obsequiado con unos endrinos cargaditos de fruto en sazón, aprovechados por Victoria y Miguel. El resto esperaremos con paciencia a que traigan el pacharán ya fabricado.
En un carasol hemos hecho un ligero Ángelus prosiguiendo después el ascenso hacia el noreste. Se termina el valle e iniciamos la subida hacia el Camorro de las Siete Mesas, por una ladera llena de cardos secos para deleite de los que llevaban pantalones cortos.
Hoy no hemos subido al camorro, nos hemos quedado a la altura de las repisas que lo rodean por el norte. Caminar por esas repisas, estrechas, embutidas en la roca, con el abismo a la izquierda y la roca sobresaliendo por la derecha empujándote a él, es emocionante. Emoción que se exacerba cuando la repisa se termina y se ha de bajar a la repisa inferior por una grieta, ayudados de pies, manos, brazos y cuerpo. En ese trance uno querría convertirse en pulpo.
La repisa inferior sigue con la misma tónica de estrechuras, pasos agachados, lidiando con el abismo y las sobresalientes rocas. Después la senda toma nombre de tal, poco antes de llegar a la formación de la Seta. ¿Quién es capaz de pasar junto a ella sin hacer una foto? Seguramente nadie. Nosotros hemos hecho muchas.
El tiempo de la cerveza se nos echaba encima y no estaba en nuestro ánimo renunciar a ella. A buen paso hemos recortado por un vallecillo al sur que nos ha llevado a la carretera y al aparcamiento.
En el bar Oasis de Villanueva de la Concepción nos ha atendido el dueño, buen profesional, en una mesa en la terraza protegida por una lona de plástico. Cervezas en jarras grandes y unas pocas pequeñas, suplementadas con dos tintos. Nos ha soltado una retahíla de platos tremenda. No podíamos probarlos todos. Nos hemos conformado con raciones dobles de carrillera, conejo y carne con tomate.
Jerónimo ha tenido el detalle de invitarnos. Llevaba ya un par de semanas queriendo festejar San Jerónimo y siempre se interponía algún cumpleaños o evento. Hoy lo hemos hecho como si fuera el 30 de septiembre.¡Gracias Jerónimo!
De regreso uno no se quita de la cabeza las maravillosas formas disfrutadas en el Torcal. Quizá un geólogo lo explicara así: rocas calizas sedimentarias de distinta dureza… y tiempo, unos cientos de millones de años para modelarlas.
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