Aparcamos en la puerta de la escuela de Albuñuelas, nos
dirigimos al oeste, en la plaza del ayuntamiento seguimos por la calle Estación
(Albuñuelas no tiene tren, ¿sería estación de autobuses?¿o de diligencias?). La
calle se ramifica y todas se llaman Estación. Al final no había salida,
entramos por otra hacia el río…y tampoco había salida. Menos mal que
encontramos a un albuñuelense, algo mayor que nosotros, con ganas de charlar,
que salía de arreglar a su burra. Nos acompañó a un mirador sobre el río y
luego nos llevó al camino de bajada al molino de Los Úbeda. En el trayecto nos
enteramos de que su burra era tan buena como una jaca, que aún trabajaba sus
almendros y olivos, que el río se llamaba Albuñuelas a su paso por allí,
Saleres en Saleres, y así sucesivamente según iba por los distintos
pueblecillos.
El río se encajona mucho en este trozo, de modo que al
molino no le dará el sol quizá en todo el año. Entrar en ese cañón, atravesar
el río de aguas claras y salir por el zigzagueante sendero de la pared opuesta
es muy bonito y proporciona unas excelentes vistas al cañón y a parte del
pueblo.
En la parte alta de la pared del río la senda se divide, a
la derecha va hacia Lopera y la de frente hacia los Guájares. Está mejor
marcada hacia Lopera y hacia allí seguimos a pesar de que el “Manolito” decía
que no íbamos bien. Anduvimos un trecho y ya convencidos de que nos apartaba de
nuestro objetivo volvimos al desvío tomando al sur esta vez con la
aquiescencia, ahora sí, del “Manolito”. La mañana era fresca, pero la ausencia
de viento (4 km/h era lo que correspondía según Pepe) y un sol espléndido
hicieron que empezáramos a quitarnos capas con los primeros compases de la
subidilla.
Entramos en la arenosa rambla del Barranco de las
Cabezuelas. Una delicia caminar por la mullida arena, con desnivel constante,
con sus laderas cuajadas de pino carrasco y con esa mañana tan placentera.
Íbamos a buen ritmo. Tanto es así que alguno que fue al cuarto de baño se quejó
después del esfuerzo para alcanzar al pelotón. El barranco termina en una
subida-cortafuegos muy pendiente donde resoplamos bien y comenzó a caernos el
sudor, para desembocar en una pista que va por la cresta separando los valles
de Albuñuelas y los Guájares. Las vistas desde la cresta son estupendas: al sur
el valle de los Guájares con Guájar Fondón y Faragüit, el mar al fondo y la
cordillerita, bien conocida ya, que lo separa de Ítrabo,
al oeste Navachica con su manto de nieve, al norte
Albuñuelas y el valle del río Dúrcal, pero lo mejor estaba al este con el cerro
de la Giralda a un lado y la blanquísima Sierra Nevada con el Caballo y Cerrillo
Redondo al otro. ¡Qué maravilla en esta mañana tan buena! Además caminábamos
hacia el este, hacia lo más bonito.
Paramos a tomar el Ángelus en la base del cortafuegos de
subida a la Giralda, así, además de reponer fuerzas, nos mentalizamos del repechillo
por el que nos quería meter Manuel. En el Ángelus, como siempre, las veleños
nos vendieron todo lo que traían, esto de vender les va, María Victoria sacó
tímidamente unas almendritas y los demás…nada, no hubo lugar. Y allá que fuimos
a por los 300 m de desnivel del cortafuegos. Antonio Muñoz se distanció
enseguida marcando el camino y los demás fuimos detrás con más pausa pero no
menor determinación hasta la cima.
En la cúspide había un vértice geodésico, otro más a la
colección de Manolo que ya no sabe ni cuantos tiene. A su alrededor hicimos las
correspondientes fotos, nos abrigamos bien porque la temperatura (1,6ºC) lo
requería y proseguimos para bajar al este. Allí Manolo nos guardaba la sorpresa
de unos tajos que había que destrepar. Antonio Muñoz que siempre toma el mando,
como corresponde, seguido de María Victoria, descendieron en un santiamén
dejándonos al “pelotón de los torpes” allá arriba colgados, sin saber por donde
atacar los tajos con la nievecilla que tenían. Los vimos abajo y ya nos indicaron
la chimenea por la que habían bajado. Usieto nos recordó la máxima de la
escalada: siempre tres puntos de apoyo. Y a bien que la seguimos siendo los
tres puntos los pies, las manos, y principalmente…el culo.
Reunido el grupo seguimos al este, remontamos un repechillo
y…nos quedamos con la boca abierta. El repechillo terminaba en unos tajos
verticales al noreste con toda la inmaculada Sierra Nevada delante y los
innumerables pueblecillos del valle de Lecrín y Dúrcal entre el verde de los
olivares. ¡Qué panorámica!¡Inolvidable!. Después de saborearla un rato seguimos
el camino marcado ahora por unas estacas y puntos amarillos. En vez de
seguirlos hasta el cercano cortafuegos nos confundimos y bajamos el acantilado
poniendo en práctica otra vez la máxima de los tres puntos de apoyo.
En el cortafuegos discutimos por el lugar del restaurante y
al final sentamos nuestros reales frente a la panorámica de Sierra Nevada.
Excelente carta la de este restaurante: choricillo y cecina de aperitivo,
ensalada de tomate, ensaladilla rusa y ajobacalao semanasantero después,
tortilla, salchichas, carne con tomate, albóndigas, filetillos y pollo como
plato principal, quesos, y, ojo al dato, bavaroise preparada con cariño por
María Victoria. Claro, con esa exquisitez hubo que sacar los orujos y Antonio
sus inseparables bombones. No obstante el maître debería haber marcado más los
tiempos de la comida para que no hubiera salido tan revuelta. Ahí queda.
Descendimos el inacabable cortafuegos y a través de
caminillos, senditas, olivares, campos de labor y algún naranjal, fuimos a
buscar el camino de la mañana por encima del cañón del río. Lo descendimos,
entramos en el pueblo y esta vez ya sí, encontramos sin titubeos las calles
apropiadas para llegar a los coches.
Preciosa excursión, digna de repetirse. Precioso día y
preciosas vistas con la contribución de la recién caída nieve.
Cruzando el río Saleres al lado del Molino de los Úbedas
Por el barranco de las Cabezuelas con Sierra Nevada al fondo
Saliendo del barranco
Por el carril de la cuerda con la Giralda enfrente
Subiendo por el cortafuegos de la Giralda
Llegando a la cima
El grupo en el Vértice Geodésico de la Giralda
Sierra Nevada desde la Giralda
Por la cresta de la Giralda
Iniciando la bajada de la Giralda por los tajos
Espectacular mirador sobre el valle de Lecrín y Sierra Nevada
Los vinos
El restaurante con fantásticas vistas
Bajando por el cortafuegos
Llegando a Albuñuelas
La Ruta