Participantes: Luis, Manolo, Paco, Pepe,
Quirri, Antonio, María Victoria, Jesús
Distancia recorrida: 10 km
Desnivel acumulado:: 700 m
Desayuno en el Cruce de Ardales. Mejor el
mollete que las rebanás que son trozos de pan de viena. FELICIDADES a María Victoria que tuvo el detalle de invitarnos por
su cumpleaños.
En la carreterita de Serrato al Burgo
tomamos a la izquierda un carril que nos llevó al cercano cortijo del
Rompedizo. En él comenzamos la caminata siguiendo el carril unos 300 m donde lo
dejamos para internarnos en la sierra por la cañada a la derecha. Aquí se acabo
carril, senda, vereda… todo. Ya no hay más que andurrear por donde mejor se vea
evitando vegetación, tajos y pedregales.
La cañada sube a un altiplano que ya todo
es un lapiaz, más o menos dificultoso. Echamos a la derecha, al sur, donde
están los montículos más elevados de la sierra. Primero el cerro del Escribano,
de unos 940 m, nos asomó a unos tajos impresionantes con magníficas vistas a
Serrato, Cañete la Real y Cuevas del Becerro, y a las tierras de labor con
cereales, habas, veza y olivo, formando un rompecabezas de formas y colores
precioso en esta mañana primaveral.
Al este destacaba otro cerrillo con un
vértice geodésico. Sabida es la querencia de Manolo por los vértices. Así que a
él nos encaminamos por el borde de los tremendos tajos con los que termina la
sierra por el sur, disfrutando de los cortados, los farallones rocosos y los
canutos.
Debajo del vértice tomamos el Ángelus.
Éramos conscientes de que aún no habíamos quemado las calorías del desayuno,
pero la costumbre es la costumbre, y ahí fueron saliendo mostachones,
rosegones, plátanos, nueces, pasas…, terminando con los ya habituales
caramelillos de Luis. Para entonces ya veíamos que la sierra era toda un puro
lapiaz, todo roca y entre las grietas y en las pequeñas zonas de tierra, hierba
y cardos altos que no dejaban ver donde se pisaba. El caminar se convirtió en
un casi interminable baile de piedra en piedra, la marcha se tornó muy lenta,
penosa y con su puntito de peligro por resbalones. Fuimos al noreste por el
cancho de la Graceja hacia un cerrillo, el cerro del Mojón, que se nos antojaba
el final de la sierra, pero llegados a él detrás había otro y quizá otro más.
Decidimos buscar un sitio algo más cómodo de caminar, cambiamos el rumbo a
noroeste y bajamos hacia un pinarillo de pino carrasco que sube por una cañada
desde las tierras de labor. Está circundado por una valla de alambre que cruzamos
al llegar y al salir de él.
Por entonces se ve que ya nos habíamos
cansado del buen piso del pinar, enfrente teníamos una cordillerita de tres
cerretes, el más alto justo enfrente, y nos metimos en el berenjenal de llegar
a su cima. Ascenso difícil, trepando por peñascos y evitando coscojas en flor.
Nos costó lo nuestro subir a la cima para, allí, plantearnos por dónde bajar.
Lo hicimos por el noreste, por unos lapiaces lisos para evitar la maleza de
encina y coscoja, y luego fuimos girando al oeste primero y al norte después
para acceder al colladito entre los dos primeros cerretes y de él bajar ya con
cierta comodidad al pinar. A su sombra nos sentamos para descansar de la
malhadada decisión de subir al cerrillo y para almorzar. Conforme salían de las
mochilas las viandas y los vinos se nos iba olvidando el mal rato pasado y se
nos pintaban sonrisas en la cara al ver lo que se avecinaba. Hubo ensaladas de
tomate y de aguacate con naranja, con una tortilla de espárragos deliciosa,
pero fue un día esencialmente de carne: de solomillo de cerdo en su jugo y con
chutney, de filetillos empanados, de carne con tomate, junto a chorizos, caña
de lomo y jamón. Para terminar María
Victoria nos sorprendió con un excelente flan. Y todo
regado con buenos vinos y orujos. ¿Qué más se puede pedir?.
A duras penas nos levantamos para
proseguir la caminata, aunque para entonces ya teníamos claro que había que
evitar los cerretes. Entramos otra vez en el lapiaz, ahora en dirección
suroeste, buscamos la cañada de subida y por ella bajamos al carril y al
cortijo.
Una nueva sierra explorada. Lo mejor el
trozo entre el cerrete del Escribano y del vértice geodésico por el filo de los
tajos, las vistas a las sierras de las Nieves, Prieta, Blanquilla, Alcaparaín,
Huma…etc, en un día soleado y con una compañía inmejorable.
Como cosa curiosa, en la cima de varios
cerrillo hay grabada en la piedra una inscripción que nos costó descifrar y
dice “PROPIEDAD ORTEGICAR”
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SUBIENDO POR LA CAÑADA
EN LOS TAJOS CON SERRATO AL FONDO
EL GRUPO Y LUIS DE FOTÓGRAFO
ADMIRANDO EL PAISAJE
SUBIENDO A OTRO DE LOS TAJOS
VÉRTICE GEODÉSICO DE ORTEGÍCAR
MAR DE FLORES
POR ENTRE LOS PINOS EN BUSCA DEL ULTIMO CERRO
SUBIDA ESCALONADA AL CERRO
LOS ESTUPENDOS VINOS
RESTAURANTE A LA SOMBRA DE LOS PINOS
EL SABROSO FLAN CON QUE NOS OBSEQUIO MARÍA VICTORIA
POR LA CALERA BAJANDO HACIA EL CORTIJO DE LOS ROMPEDIZOS
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