En el Rte. El Pollo, donde siempre.
Para que nos vayamos apuntamos los que tengamos intención de ir y calcular más o menos cuántos seríamos.
El menú y el precio lo pondremos más adelante.
En el Rte. El Pollo, donde siempre.
Para que nos vayamos apuntamos los que tengamos intención de ir y calcular más o menos cuántos seríamos.
El menú y el precio lo pondremos más adelante.
Participantes: 7 | Jesús C., Tere, Paco R., Germán, Lola V., Ricardo y Jerónimo |
Distancia recorrida: | 17 kilómetros |
Desnivel de subida acumulado: | 845 metros |
Altura mínima: ( 1.150 m – Vegueta del Caracol) | Altura máxima: (1.846 m – Cortijo del Hornillo) |
Tipo de recorrido: | Circular, con un pequeño tramo de ida y vuelta. |
Tipo de camino: | Veredas y algún pequeño tramo de carril. |
Desayuno en la cafetería del hotel Labella de Pinos Genil. Pan con aceite y jamón. Pan regular, jamón en abundancia, aunque la cantidad no compensase la calidad; caro, 5€. No tenemos un buen sitio para desayunar en esa zona. El bar de Güéjar está lleno y este está tranquilo, pero el precio y la calidad no están a la altura.
La semana que termina hoy han
estado por la Alpujarra granadina unos cuantos compañeros, por eso hoy hemos
sido pocos caminantes para ser sábado.
Partimos de la Vegueta del
Caracol, a las 9, con unas choperas amarillas, preciosas. Los ríos San Juan y
Genil traían un buen caudal, y sobre ellos pasamos para enfilar la vereda de la
Estrella y dejarla en el desvió de la Hortichuela para subir a ella y luego
llegar a la cantera de serpentina donde comienza la cuesta de los cipreses.
Y aquí comenzó el espectáculo de
los robles que duraría muchos kilómetros. Estaban preciosos, la mayoría con
colores cobrizos, algunos más verdes y otros más amarillos, con el suelo
alfombrado de hojas sobre el tapiz de la hierbecilla verde. Nunca los habíamos
visto tan bonitos, a pesar de que el día estaba nublado, con poca luz. Una
delicia caminar inmersos en ese bosque lleno de color, cada uno a su paso, con
charlas animadas.
En el cortijo del Hoyo, junto a
la acequia de Haza Mesa, nos reagrupamos. El paisaje había cambiado. Habíamos
dejado abajo el robledal y sobre él seguiríamos hasta Cabañas Viejas. Ahora el
contraste era el alegre colorido del bosque de robles a nuestros pies comparado
con el ascético, sobrio, serio paisaje de la loma de las Herrerías por debajo
de la cresta de Papeles, compuesto de tierra desnuda marrón clara y manchones
de oscuras encinas aquí y allá. ¡Qué diferencia entre las laderas sur, seca, y
la norte mucho más húmeda y con barranquillos y acequias de careo con agua!
Después de repostar agua en la
fuente Carmona, recientemente reparada, hicimos la paradita del Ángelus en
Cabañas Viejas para continuar hacia el Hornillo. Este tramo es especialmente
espectacular porque se entra otra vez en el robledal y la senda gira de sureste
a sur, dando la vuelta a la loma que llevamos a la derecha, y entonces aparecen
primero la Alcazaba y luego Mulhacén, Machos y Veleta, todos nevados,
entrevistos primero a través de los cobrizos robles, y diáfanos después, en una
vista inolvidable. Además, debajo, a nuestra altura, está la esplanada y
construcciones del cortijo del Hornillo, reconvertido en refugio, del que hoy,
curiosamente, salía una columnita de humo. Esa vista, por más que se haya
contemplado cien veces, subyuga tanto que no hay quien pase y no le dedique
varios minutos a su contemplación. También en esta zona algunos arces,
completamente amarillos, destacaban del robledal.
En el Hornillo había una pandilla
de jóvenes, los autores del fuego, que habían pernoctado allí y se disponían a
volver hacia Güéjar. Nosotros continuamos al colladito sobre el cortijo pasando
a continuación por la renovada acequia del Hornillo y por el barranco de
Cazoletas, con su buen chorro de agua.
A veces es necesario caminar
aislado, sin ruido. En el bosque de Cazoletas, arropado por los colores de los
robles, con el crujir de las hojas bajo las botas, con el rumor del Genil que
va llegando cada vez con más nitidez, con el arrullo de las copas de los
árboles apenas mecidos por la suave brisa y con el breve canto de algún
pajarillo, uno estaría semanas, con esa paz, esa dulzura, ese bienestar.
Se había propuesto parar a comer
en el Guarnón. Al Guarnón descendimos, pero no había sitio para formar un buen
rolde. Bajo las casillas de la Estrella Jerónimo descubrió un bancalillo llano
que, una vez limpio de cardos sirvió de restaurante.
Una vez aposentados, se dijo de
comenzar con tranquilidad, sin embargo algunos no pueden esperar: sentarse y a
comer. Pasaron los aperitivos de langostinos, jamón, chorizo, salchichón, tomate
cherry y ensaladilla rusa. Vino luego el capítulo de tortillas, de espinacas y
patata, después las carnes con tomate y con verduras y finalizamos con los
quesos. De postre, con el té calentito, pan de Calatrava riquísimo, que llegó
allá arriba enterito, impecable, y Jerónimo lo sirvió con su correspondiente
paleta de postres.
Nos quedaba la vereda de la
Estrella, llana o descendiente, siguiendo la ladera izquierda del Genil. De vez
en cuando paramos para recrearnos en la vista de Alcazaba y Mulhacén, quedó
sólo la Alcazaba y, por último, al girar en la curva del Viso, la perdimos
también.
En los alrededores del Genil lo
más llamativo eran las rojizas cornicabras y los chopos en el cauce, sin
embargo, los arces que esperábamos lucieran sus mejores galas, estaban aún
verdosos, y los almeces y fresnos ya tenían las ramas casi desnudas. En el
castaño de la Terrera o castaño Abuelo hicimos la consabida foto de grupo y sin
más desembocamos en la Vegueta del Caracol.
Magnífico día, nublado,
fresquito, ideal para caminar acompañados por unos colores otoñales preciosos.