En el Rte. El Pollo, donde siempre.
Para que nos vayamos apuntamos los que tengamos intención de ir y calcular más o menos cuántos seríamos.
El menú y el precio lo pondremos más adelante.
En el Rte. El Pollo, donde siempre.
Para que nos vayamos apuntamos los que tengamos intención de ir y calcular más o menos cuántos seríamos.
El menú y el precio lo pondremos más adelante.
Participantes: 19 | Luis, Nori, Pili, Paco Ponferrada, Jesús R., Lily, Lucía, Germán, Lola, Paco Zambrana, Manuel D., Carlos, Paco Ruiz, Pilar, Joaquín, Ricardo, Jesús C., Tere y Jerónimo. |
Distancia recorrida: | 16 kilómetros |
Desnivel de subida acumulado: | 850 metros |
Altura mínima: (610 m – Río Genal, unión arroyos) | Altura máxima: (875 m – Loma de Igualeja) |
Tipo de recorrido: | Una parte circular y otra lineal de ida uy vuelta. |
Tipo de camino: | Carriles, senderos y las calles de los pueblos |
Desayuno en la Venta la Parrilla de Ronda. Contundentes rebanadas con aceite y mantecas blanca y colorá, a discreción, más algunos platitos de jamón y tomate. Muy buen desayuno y buen servicio. A 4,5€. Manolo, para celebrar su cumpleaños, tuvo la gentileza de invitar a esa enorme caterva de gente. ¡¡¡FELICIDADES MANOLO!!!
Los castañares del Genal siempre
congregan una multitud de caminantes. Esta vez fue de las que baten récords: 19
personas, 6 vehículos, un grupo que está al límite de lo manejable.
Aparcamos en la calle principal
de Igualeja, con Luis haciendo de gorrilla aparcacoches, y comenzamos a caminar
calle abajo hasta la iglesia, donde tomamos a la derecha para ir a buscar el
barrio Santa Rosa por donde sale el camino de Parauta. Hacía tiempo inmemorial
que no hacíamos la ruta hacia Parauta, tanto que ya no recordábamos las
empinadas calles de Santa Rosa, aunque sí la calle que despide Igualeja, la
calle de la Tetona.
Entramos en el castañar salpicado
de encinas, quejigos y alcornoques, todos de grandes dimensiones, caminando por
el agradable suelo cargado de humedad. De hecho, aquella misma mañana habían
caído unas gotas.
Al decir de algunos al castañar
le faltaba aún una semana para estar en su plenitud de colores. Para otros, sin
embargo, eso era rizar el rizo, estaban preciosos, con poca hoja en el suelo
aún, pero con las hojas verdes, cobrizas y amarillentas en los árboles a las
que el sol sacaba reflejos irisados con el movimiento de la brisa. Una delicia.
Imposible caminar sin parar con frecuencia a disfrutar de esas laderas
cubiertas de castaños tan coloridos.
La marcha era lenta. Subimos a la
loma de Igualeja atravesando la cabecera del arroyo Heladero y en lo alto de la
loma iniciamos el descenso al arroyo de los Granados entre preciosos
castañares, con algunos rodales de setas, las poco valiosas Volvaria y los
deliciosos parasoles. Hace años cogíamos esas setas, ahora, con todas las
parcelas rodeadas de potentes alambradas, no hay manera de aprovecharlas.
En el arroyo de los Granados se
ha construido un puente para pasarlo y afrontar el fuerte repecho de la subida
por la loma de la Higuera. Se ve que con la homologación del sendero
Igualeja-Parauta, PR-A 226, se exigiría el puente sobre el Granados.
Nada más alcanzar la loma de la
Higuera comienza el descenso al siguiente valle, el del arroyo del Jubrique que
se atraviesa por la cabecera remontando la siguiente loma, la de Manzanera, que
ya nos coloca sobre Parauta. Un continuo subir y bajar este camino desde Igualeja.
A la entrada de Parauta el carril
se divide, yendo a la derecha hacia la parte alta del pueblo. Nosotros tomamos
a la izquierda el empedrado paseo que desciende para entrar en la parte baja
del pueblo. Como hacía tantos años que no pasábamos por Parauta nos sorprendió
lo limpio y bien arreglado que está, con algunas pinturas en las paredes y,
sobre todo, sillas colgadas de las ventanas con diversos muñecos.
Bajamos a tomar el camino del
Molino donde empieza el “Bosque encantado”, una serie de esculturas de madera,
muchas aprovechando los troncos de los castaños, a lo largo del camino.
Encontramos aquí una multitud, sobre todo de familias con niños, haciéndose
fotos en las esculturas. A duras penas se podía caminar por entre el gentío.
El Bosque encantado aprovecha la
parte llana del camino y termina cuando comienza el fuerte descenso hacia el
Genal por la loma que separa el arroyo de los Granados, a la izquierda, del de
Algorma a la derecha. Cruzamos el Algorma por un resbaladizo tronco ayudados de
una improvisada barandilla y a continuación, en el llano del Molino del Real
hicimos la paradita del Ángelus. El camino de Parauta a Cartajima también es un
sendero homologado PR A-222, pero se ve que los homologadores no exigieron un
puentecillo para cruzar el Algorma.
El llano del Molino del Real es
el lugar donde se unen los arroyos de los Granados, noreste, de Algorma, norte,
y de Riachuela, noroeste, para formar el río Genal. Una zona húmeda, llana,
donde además se cruzan los caminos de Parauta a Cartajima con el de Cartajima a
Igualeja, el que pensábamos tomar para regresar, por eso exploramos un poco el
paso por el Genal, hacia la senda de Igualeja, con un grueso tranco que hacía
las veces de puente para pasarlo a horcajadas.
Por alargar la caminata decidimos
subir a Cartajima, famosa por sus murales sobre la blanca cal de las casas. La
subidita es de cuidado. Se ha de tomar un ritmo pausado y continuo, parando de
vez en cuando a contemplar el curso del Genal que va quedando abajo, marcado
por la amarilla línea de los chopos, y arriba a la pelada sierra del Oreganal.
En la entrada de Cartajima nos
reagrupamos. El pueblo nos recibió con una original pintura de unas golondrinas
revoloteando o posadas sobre los cables de la luz que parece real, no pintada.
Siguieron después otras del baño en la casa, de rincones floridos, de la
esquina del beso, etc., hasta la plaza de la iglesia donde dimos por concluida
la visita. El pueblo impoluto, una delicia.
Comenzamos el descenso al llano
del Molino del Real donde pensábamos almorzar. En el camino grupitos de
caminantes que, por lo que les oímos, subían a Cartajima donde les esperaba el
autobús. Algunos, jóvenes, a buen paso, otros, de más edad, resoplando en la
cuesta.
Cruzamos el Genal con más o menos
éxito, con más o menos botas mojadas, y en la orilla izquierda nos pusimos a
buscar un lugar para comer. Después de un buen rato lo encontramos al lado del
río, entre los zarzales. Se limpió un poco el lugar, se acarrearon innumerables
piedras y allí, apretaditos, iniciamos la comida.
Con 19 personas y 19 mochilas
sacando cosas para comer es imposible recordar todo lo que fue pasando. Además,
algunas fiambreras se terminaron antes de dar la vuelta completa al ruedo.
Recuerdo chorizo, salchichón, jamón, langostinos, ensaladilla rusa y humus como
aperitivo. Un par de tortillas, pollo con berenjena y guisado con pasas, carne
con champiñón y con verduras, filetillos tiernos y lomo con ajos, lomo en
manteca, tres tipos de queso y muchas cosas más que olvido. Para terminar uvas,
chocolate y tarta con tés y orujos.
Comida prolongada que no se
alargó más por la incomodidad de los asientos y porque no había espacio para
echar una cabezadita.
Quedaban dos horas escasas a los
coches, pero había que remontar la loma de Igualeja. La tomamos con parsimonia,
sobre todo en la primera parte, la más empinada. Luego, cuando la senda
desemboca en un carrilillo, la subida se suaviza entre los ubicuos castaños.
Atrás y abajo va quedando el Genal, y atrás y arriba el blanquísimo Cartajima
en la divisoria entre el bosque de castaños y la pelada sierra del Oreganal.
Cuando alcanzamos la cresta de la
loma nos dimos un respiro mientras nos reagrupábamos. Lo que quedaba era ya
descenso con alguna pequeñita subida, siguiendo primero el carrilillo y luego
la senda entre la maleza.
En Igualeja, antes de iniciar el
regreso, nos acercamos a visitar la fuente de la Alquería o nacimiento del río
Genal. Es un espectáculo ver salir semejante chorro de agua de esa cueva en la
ladera.
Día con nubes y claros, muy bueno
para caminar, pero en esta época hemos de buscar rutas menos transitadas entre
los castañares.
Participantes: 7 | Jesús C., Tere, Paco R., Germán, Lola V., Ricardo y Jerónimo |
Distancia recorrida: | 17 kilómetros |
Desnivel de subida acumulado: | 845 metros |
Altura mínima: ( 1.150 m – Vegueta del Caracol) | Altura máxima: (1.846 m – Cortijo del Hornillo) |
Tipo de recorrido: | Circular, con un pequeño tramo de ida y vuelta. |
Tipo de camino: | Veredas y algún pequeño tramo de carril. |
Desayuno en la cafetería del hotel Labella de Pinos Genil. Pan con aceite y jamón. Pan regular, jamón en abundancia, aunque la cantidad no compensase la calidad; caro, 5€. No tenemos un buen sitio para desayunar en esa zona. El bar de Güéjar está lleno y este está tranquilo, pero el precio y la calidad no están a la altura.
La semana que termina hoy han
estado por la Alpujarra granadina unos cuantos compañeros, por eso hoy hemos
sido pocos caminantes para ser sábado.
Partimos de la Vegueta del
Caracol, a las 9, con unas choperas amarillas, preciosas. Los ríos San Juan y
Genil traían un buen caudal, y sobre ellos pasamos para enfilar la vereda de la
Estrella y dejarla en el desvió de la Hortichuela para subir a ella y luego
llegar a la cantera de serpentina donde comienza la cuesta de los cipreses.
Y aquí comenzó el espectáculo de
los robles que duraría muchos kilómetros. Estaban preciosos, la mayoría con
colores cobrizos, algunos más verdes y otros más amarillos, con el suelo
alfombrado de hojas sobre el tapiz de la hierbecilla verde. Nunca los habíamos
visto tan bonitos, a pesar de que el día estaba nublado, con poca luz. Una
delicia caminar inmersos en ese bosque lleno de color, cada uno a su paso, con
charlas animadas.
En el cortijo del Hoyo, junto a
la acequia de Haza Mesa, nos reagrupamos. El paisaje había cambiado. Habíamos
dejado abajo el robledal y sobre él seguiríamos hasta Cabañas Viejas. Ahora el
contraste era el alegre colorido del bosque de robles a nuestros pies comparado
con el ascético, sobrio, serio paisaje de la loma de las Herrerías por debajo
de la cresta de Papeles, compuesto de tierra desnuda marrón clara y manchones
de oscuras encinas aquí y allá. ¡Qué diferencia entre las laderas sur, seca, y
la norte mucho más húmeda y con barranquillos y acequias de careo con agua!
Después de repostar agua en la
fuente Carmona, recientemente reparada, hicimos la paradita del Ángelus en
Cabañas Viejas para continuar hacia el Hornillo. Este tramo es especialmente
espectacular porque se entra otra vez en el robledal y la senda gira de sureste
a sur, dando la vuelta a la loma que llevamos a la derecha, y entonces aparecen
primero la Alcazaba y luego Mulhacén, Machos y Veleta, todos nevados,
entrevistos primero a través de los cobrizos robles, y diáfanos después, en una
vista inolvidable. Además, debajo, a nuestra altura, está la esplanada y
construcciones del cortijo del Hornillo, reconvertido en refugio, del que hoy,
curiosamente, salía una columnita de humo. Esa vista, por más que se haya
contemplado cien veces, subyuga tanto que no hay quien pase y no le dedique
varios minutos a su contemplación. También en esta zona algunos arces,
completamente amarillos, destacaban del robledal.
En el Hornillo había una pandilla
de jóvenes, los autores del fuego, que habían pernoctado allí y se disponían a
volver hacia Güéjar. Nosotros continuamos al colladito sobre el cortijo pasando
a continuación por la renovada acequia del Hornillo y por el barranco de
Cazoletas, con su buen chorro de agua.
A veces es necesario caminar
aislado, sin ruido. En el bosque de Cazoletas, arropado por los colores de los
robles, con el crujir de las hojas bajo las botas, con el rumor del Genil que
va llegando cada vez con más nitidez, con el arrullo de las copas de los
árboles apenas mecidos por la suave brisa y con el breve canto de algún
pajarillo, uno estaría semanas, con esa paz, esa dulzura, ese bienestar.
Se había propuesto parar a comer
en el Guarnón. Al Guarnón descendimos, pero no había sitio para formar un buen
rolde. Bajo las casillas de la Estrella Jerónimo descubrió un bancalillo llano
que, una vez limpio de cardos sirvió de restaurante.
Una vez aposentados, se dijo de
comenzar con tranquilidad, sin embargo algunos no pueden esperar: sentarse y a
comer. Pasaron los aperitivos de langostinos, jamón, chorizo, salchichón, tomate
cherry y ensaladilla rusa. Vino luego el capítulo de tortillas, de espinacas y
patata, después las carnes con tomate y con verduras y finalizamos con los
quesos. De postre, con el té calentito, pan de Calatrava riquísimo, que llegó
allá arriba enterito, impecable, y Jerónimo lo sirvió con su correspondiente
paleta de postres.
Nos quedaba la vereda de la
Estrella, llana o descendiente, siguiendo la ladera izquierda del Genil. De vez
en cuando paramos para recrearnos en la vista de Alcazaba y Mulhacén, quedó
sólo la Alcazaba y, por último, al girar en la curva del Viso, la perdimos
también.
En los alrededores del Genil lo
más llamativo eran las rojizas cornicabras y los chopos en el cauce, sin
embargo, los arces que esperábamos lucieran sus mejores galas, estaban aún
verdosos, y los almeces y fresnos ya tenían las ramas casi desnudas. En el
castaño de la Terrera o castaño Abuelo hicimos la consabida foto de grupo y sin
más desembocamos en la Vegueta del Caracol.
Magnífico día, nublado,
fresquito, ideal para caminar acompañados por unos colores otoñales preciosos.